viernes, 25 de julio de 2008

Teoría del desarraigo (o Relato de un xenofilófobo)

Volver con la frente marchita
las nieves del tiempo platearon mi sien.
CARLOS GARDEL, Volver

Cuando uno viene de tan lejos y después de tanto tiempo, se acostumbra a las preguntas por siempre repetidas: "¿Cómo así por aquí?"/"¿Qué hacés acá?" o "¿Cuándo viniste?"/"¿Hasta cuándo te quedás?" o "¿De dónde eres?"/"¿De dónde venís?"... Uno se acostumbra, y ya tiene en store ciertas frases hechas que no repetiré aquí para que mis lectores no se sientan aludidos si alguna vez las he usado en su presencia. Ante las preguntas, me veo obligado a explicar a breves rasgos la historia de mi vida: mi llegada desde Roma, los países en los que viví, mis preferencias en cuanto a comidas, etc. Más tarde, la hipnosis que generan mis relatos me permite poco a poco ir manejando los temas, hasta que finalmente el escucha me toma por un autóctono más, dejando de lado mi nariz aguileña (típica de la rama Claudia) y mi marcado acento italiano.
Pero más allá de eso, abordo, en particular, el tema del desarraigo debido al sentimiento de que Roma, mi ciudad natal, no viene más conmigo como en mis primeras exploraciones del mundo. Solía percibir constantemente el color blanco del estofado de castor con arándanos y el olor dulzón del mármol de Carrara adonde quiera que fuera. Me estremece que ya no sea así. Eso de "sentirme en casa" es algo que ya no recuerdo.
A este sentimiento que les describo ayuda el hecho de que nunca pensé que llegaría a una ciudad tan extraña. No es para nada como la recordaba; luego, claro, me di cuenta de que nunca había estado aquí. Todavía, lo admito, no he podido dilucidar el nombre de la ciudad. Cuando llegué a una plaza el otro día, se lo pregunté a un paseante:
-Discúlpeme, excelentísimo señor, ¿en qué ciudad estoy?
-Estás en la ciudad del más grande: River Pléi.
Volví a preguntar el nombre a varias y variadas personas y obtuve respuestas del tamaño de:
-La ciudad del tango.
-La ciudad de la carne.
-La ciudad del buen vino.
Hasta que uno me dijo, muy serio y casi enojado:
-¡Estás en el ombligo del mundo, papá!
Así que, sentado en una plaza de esta ciudad que nadie quiere nombrar y que he optado por llamar en mi mente Ombelicus Mundi, me senté a estirar las piernas. Todavía estoy un poco sentido por el coma glucémico que me produjo la exorbitante cantidad de golosinas de esta tierra[*], así que se me sensibilizan los callos y se me irrita la gota. Por cada cinco minutos de marcha calculo tres de descanso, aproximadamente.
Al rato de estar sentado, se me acercó un joven[**] moreno y dejando a un lado su bastón y sin preámbulos inquirió de dónde venía, qué hacía allí y hasta cuándo me quedaba. Anticipándome a una preguntadera verborrágica, le dije muy firmemente que era del lugar. Me miró a los ojos, me sonrió y me dijo:
-Soy más joven que usted, pero no por eso más estúpido. Su nariz aguileña y esa toga pasada de moda lo delatan como un noble romano, y su acento lo avala. Pero entiendo que no quiera contestar mis preguntas ni las de ningún otro: la cortesía con que un individuo pugna por enterarse de la vida de otro es sumamente descortés.
-No es su curiosidad lo que me inquieta -le contesté-, sino que me considere lo suficientemente extraño como para que ella florezca. De vez en cuando uno quiere sentirse como en casa y conversar de política, de fútbol o del tiempo como si fuera vecino de muchos años y no extranjero. Usted me sabrá entender.
-Por supuesto -me dijo. Hizo una reverencia con su turbante, recogió el bastón, se subió a su camello y partió.
---------------

[*] Causa, asimismo, del tiempo que dejé pasar para volver a escribir. En el hospital no había ordenadores personales.
[**] Para mí, que nací en el s. IV a.C., cualquier persona es joven. Ésta de la que hablo rondaba los ochenta.

sábado, 12 de julio de 2008

Neo-Bienvenida

Queridos y precavidisisísimos lectores:
Se os da a este vuestro blog la más cordial bienvenida (nuevamente). Ante la confianza depositada en mí por nuestra distinguida Gerencia, de hombres y mujeres tan notables compuesta, inútil sería presentar menos que un sincero agradecimiento. Y la mejor manera de hacerlo es sentarse al teclado de inmediato y comenzar con el show.
Pido disculpas en nombre de la Gerencia y del recientemente destituido austro-boy (de quien, con suerte, no volveremos a escuchar) por los retrasos en la generación de nuevos y vistosos posts antes de mi llegada. Pido también disculpas de mi parte por lo que respecta al tiempo después de mi llegada: sepan que para alguien que viene de la Roma de antaño constituye todo un trabajo adaptarse al concepto de Red. Me ha costado semanas en coma entender las nuevas tecnologías, pero finalmente las manejo con cierta soltura; gracias a ello, trabajaré de ahora en más con gran asiduidad.
Siempre suyo,
Claudio el Ciego

jueves, 12 de junio de 2008

Lluvia (o Teoría de un parecido pasajero entre Ecuador e Irlanda)

Me subo al Vingala. Claridad, incluso dentro del bus. Me pongo las gafas. Me recuesto. Cierro los ojos. Duermo. Grandioso cielo azul.
Llegando al Choclo, me despierta un trueno. Abro los ojos. No veo nada. Me saco las gafas. Veo muy poco. Grandioso cielo gris.
Soy el único que viste camiseta de mangas cortas. Tengo frío. Los otros pasajeros están bien abrigados. Me inclino hacia el pasillo para ver por el parabrisas. Adelante hay una nube de lluvia. En el iPod suena la famosa canción celta The Tullymore Polka[*]. Recuerdo mis viajes por Irlanda[**]: la niebla que se apodera de las colinas por meses; la lluvia que se mete por las rendijas de las puertas; los truenos como faroles en la madrugada.
Del Choclo al Colibrí graniza a más no poder. El techo del bus es una sinfonía absurda de tintineos. El hielo de repente es agua; la calle, fango.
Pasando el Colibrí, la lluvia amaina. Claridad, incluso dentro del bus. Me pongo las gafas. Me recuesto. Cierro los ojos. Duermo. Grandioso cielo azul.
---------------

[*] Mentira, no es famosa.
[**] Mentira, nunca he estado en Irlanda.

domingo, 25 de mayo de 2008

Oda del corrector de estilo (Teoría cantada de las pequeñas e inútiles perfecciones)

De vida es toda una filosofía
la que con gracia lleva el zapatero:
remienda con diligencia y esmero
aquello que sabe que desvaría.

De vida es toda una filosofía,
y también la del corrector de estilo:
remienda por chacota y refocilo
imperfecciones de poca valía.

Préstame tus faltas de ortografía
(torpes adefesios, calambre al ojo):
despojaré yo del bárbaro abrojo
la ruda siembra de tu pluma impía.

Préstame tus faltas de ortografía
(un problema tan grave como agudo):
tallaré a su alrededor un escudo
indestructible de vana maestría.

Presa de la dañina habladuría
es éste, mi trabajo indiscreto:
nadie quiere pasar de analfabeto
ni ser objeto de bufonería.

Presa es de la dañina habladuría,
y con un poco de razón, seguro:
no haremos del mundo un lugar más puro
al resaltar errores... ¿quién podría?

domingo, 11 de mayo de 2008

Logomaquia (Teoría de la discusión inútil)

En ciertos momentos, una conversación
sobre árboles puede ser un delito.
Bertolt Brecht

-¿Viste cuán alto trepó la buganvilla al aguacate?
-Se dice buganvilia, no buganvilla.
-¿Estás seguro?
-Y... ciento por ciento, no. Pero bastante.
-Si no estás seguro, no digas nada...
-Bueno, sólo planteaba la duda a ver si alguien sabía.
-Yo estoy segura de que es buganvilla.
-¿Ciento por ciento segura?
-Más o menos. Andá a traer el diccionario.
-Uh, no, andá vos. Está arriba.
-No, dejá. Voy después.
---------------

buganvilia o buganvilla: (De Louis Antoine, conde de Bougainville, 1729-1811, navegante francés que la trajo a Europa). f. Arbusto trepador suramericano de la familia de las Nictagináceas, con hojas ovales o elípticas, brácteas de diversos colores y flores pequeñas.

miércoles, 30 de abril de 2008

Unos jeans gastados (Teoría del ordenamiento del espíritu por bolsillos)

Podría vivir con dos jeans en mi clóset. Es más: eso hago. Tengo otros pantalones, por iniciativa de mi madre, pero son meras construcciones ficticias que, a la hora de elegir qué ponerme, desaparecen. Los hay verdes, blancos, negros, azul oscuro, celestes por el desgaste, flojos, ajustados, unos que ya me quedan pequeños, unos que nunca me quedaron, unos que no sé de dónde salieron...: juntan polvo, súbditos atónitos de la dictadura compartida que ejercen mis jeans gemelos[*].
Así, con mis dos jeans, soy feliz. Uso alternadamente una semana uno, otra el otro. A veces conservo el mismo jeans varias semanas, hasta que se moja o se mancha de mostaza. No me juzguen hasta no conocer la razón. Si ésta llegare a parecerles inoportuna o sencillamente incoherente, siéntanse impelidos a dejar un comentario. Yo me encargaré de borrar los ofensivos.
Ocurre que en mis bolsillos se pone en juego el orden de mi persona, de mi espíritu. Hay un lugar específico para cada cosa que tengo que andar cargando: si rebusco en mi pantalón y lo que busco no está allí, asumo directamente que lo he perdido.
Describiré a continuación lo que contienen mis bolsillos:

- Bolsillo delantero izquierdo: en él se amontonan mis dos celulares (que ya aprendí a distinguir al tacto porque uno tiene antena y el otro, no) y las llaves de mi casa (cuatro, de las cuales sólo uso dos, unidas a un llavero en forma de pelota de rugby, rezago del último Mundial de esa disciplina). En ocasiones especiales, guardo en este bolsillo el iPod.
- Bolsillo delantero derecho: aposento de los cigarrillos y una fosforera "pelucona", según alguien me dijo alguna vez. En ocasiones especiales, llevo allí las llaves del carro.
- Bolsillo trasero izquierdo: simple, ahí va la billetera. Ésa es la razón por la que a menudo me verán tocarme la nalga de ese costado.
- Bolsillo trasero derecho (o "el basurero"): guardo ahí, de no haber un tacho cerca, todo tipo de papeles o plásticos inservibles; dígase, la funda de las papas que acabo de comer o las servilletas que no hay dónde botar. Ah, también llevó ahí los Kleenex.

Entenderán, pues, que cambiarse de pantalón es, en mi caso, como cambiarse de casa. La pereza me incita casi siempre al sedentarismo de conservar el jean de ayer, aunque ya se pegue a la piel de tanto uso. Mi madre tiene, entonces, que recurrir al viejo truco de "Puse tu jean a lavar", que puede ser verdad, pero a veces pienso que lo esconde en la caja fuerte, porque no lo veo en meses. Ahí saco al gemelo y hago malabares para que no se manche ni lo arruine el clima de Quito: si algo le pasara, tendría que repatriar a alguno de esos pantalones incómodos de mi clóset, súbditos con bolsillos demasiado pequeños que alteran mi espíritu.
---------------

[*] Pues, además, son de la misma marca y del mismo modelo. El más viejo se diferencia únicamente por la barba que le cae de las bastas y por el bolsillo izquierdo, que ya empieza a deshilacharse.

sábado, 19 de abril de 2008

El desprestigio del camaleón (Teoría desechada de una semejanza)

De entre todos los mitos que explican la constitución de este animal confuso (tanto para él mismo como para los que lo ven -¿o no lo ven ahí, posado en la rama?-), me quedo con el de la cultura inuit del Ártico, casa del famoso camaleón polar. Es cierto que quizá no sea el mito más florido que leeremos en nuestras vidas (en realidad, se duda de que el camaleón polar tenga la facultad de alterar el color de su piel; al fin y al cabo, como todo en el Ártico, está vestido siempre de blanco), pero en comparación a los otros que tratan de este animal, es toda una obra de arte.
El mito inuit cuenta que el camaleón es el único animal que no tiene alma: la habría vendido a Amorak, el espíritu del lobo, a cambio de un abrigo de piel para el invierno. Amorak lo habría engañado haciendo uso de una estratagema legal propia de los esquimales[*] y, dejándolo sin abrigo ni alma, habría condenado al camaleón
1) a la apariencia de congelado que hasta hoy conserva, y
2) a la mutabilidad de su carácter, que se camufla cobardemente con su entorno.
Pero dejaré el mito aquí y daré una vuelta por la antropología. El científico francés Robert T. Soubard (1792-1899) intentó, mucho antes que Charles Darwin, sentar las bases de la teoría de la evolución. Entre otras cosas, en su conocidísima obra El hombre, animal desagradecido (1813), alegaba que el homo sapiens procedía del camaleón y no del mono, como sugeriría luego el iluso Charles.
Su hipótesis tuvo mucha acogida durante aproximadamente un lustro: parecía evidente que la mojigatería del camaleón hubiera llegado hasta nosotros a través de las complicadas ramificaciones del progreso biológico. Pasado, sin embargo, el asombro inicial, saltaron los primeros combatientes, los llamados escamistas, pues su única réplica era: "¡¿Y las escamas?! Si descendiéramos del camaleón tendríamos que estar cubiertos de escamas".
Soubard luchó el resto de su vida por hacer de menos estas contestaciones a su teoría. Sin éxito público, demostró otra similitud entre el hombre y el camaleón: su terror a los espejos. El científico francés estudió las reacciones de estos reptiles ante su reflejo, concluyendo que más del 90% llegaba a estresarse hasta el infarto al verse retratados fielmente. Los escamistas se mantuvieron, no obstante, en su desdén.
Cuentan que antes de morir, Soubard encontró aun otra semejanza: los camaleones no tienen oídos. En su testamento, escribió sobre los oídos del hombre: "Bien conocido es por todos nosotros que el aparato auditivo del homo sapiens es una mera construcción fantástica: el hombre en realidad no intercepta los sonidos de la naturaleza; intercepta los signos visuales que hay en ella y, por un proceso que nos transporta una vez más a la cima de la evolución animal, los convierte inconscientemente en estímulos auditivos. Cree que escucha, pero en verdad no lo hace; sólo imagina.
"De los camaleones proviene nuestra sordera. La posterior irrupción de las orejas a los costados de nuestra cabeza se debe simplemente a un cometido estético del Creador, a quien plugo otorgar al género femenino (y, por equidad, también al masculino) más elementos faciales que adornar".
Si estas líneas llegaron a nuestros días ha sido gracias al esfuerzo de los descendientes de Soubard, acérrimos camaleonistas. En su tiempo, el medio científico no les prestó la atención que se merecían. "Es evidente la senilidad del alguna vez famoso Soubard", alegaban, refiriéndose a los 107 años que cargaba en su lecho de muerte. Lo decían así, con la migojatería, la sordera y el terror a la autocrítica propios del hombre.
Hoy, en pleno siglo XXI, un grupo de científicos surcoreanos ha resucitado las teorías de Soubard y las ha unido con el mito inuit. De esta forma, alegan, el parentesco con el camaleón vendría dado por la falta de alma del hombre moderno, quien la habría vendido a algún espíritu superior a cambio de abrigo (y de una computadora). Pero como nunca faltan los detractores, especialmente en Corea, los hermanos del norte adoptaron una vez más la razón escamista. El desprestigio del camaleón acecha nuevamente: la circularidad de la historia se hace manifiesta.
¿Cómo decidirse por una de las dos vertientes? "El instante de la decisión es una locura", decía Kierkegaard, y cuenta para cualquier cosa: ¿camaleonistas o escamistas?, ¿pro-aborto o anti-aborto?, ¿Big Bang o creación divina?, ¿ella o aquélla o aquella otra? Resolverse es absurdo. Mejor es hacer la del camaleón: disfrazarse de lo invisible y desaparecer. Aunque por esto tampoco puedo decidirme.
---------------

[*]Que dice que si se firma con rojo, el contrato se anula. En ese entonces no existía la tinta, por lo que todos (incluido el camaleón polar) firmaban con su sangre, anulando inmediatamente cualquier contrato. Fuera del mito, esto nos lleva a entender la anarquía social de los inuit.

jueves, 10 de abril de 2008

Teoría del bretonismo[*] (Cuatro lecciones básicas)

Primer paso: consiga un balón. O una pelota, o una bola, o un esférico de menor o mayor tamaño. No es tan difícil, considerando que más del ochenta por ciento de los deportes se juegan con ese objeto redondo que usted necesita[**]. Ni siquiera es tan necesario un balón, ahora que recuerdo. En la escuela Nº 19 "Domingo Faustino Sarmiento", jugábamos con una latita de Coca-Cola, que era pisada hasta quedar como un disco. Eso era jugar "a ras de piso", como quieren los técnicos de los mejores equipos del mundo. Pasa que si se levantaba un poco la latita, empezaba a entrar en el terreno del peligro personal: aluminio más yugular igual catástrofe escolar. Así que, pensándolo bien, mejor consígase un balón.
Segundo paso: patéelo. Sí, así de simple. Patéelo. Patéelo de un lado para el otro. Lo patea, lo va a buscar, lo patea, lo va a buscar. Si se posiciona frente a una pared, puede patearlo más seguido. Lo patea y el balón viene a usted, lo patea y el balón viene a usted. Practique también patearlo mientras camina, patearlo mientras corre, patearlo hacia arriba, con la parte interna, con la parte externa, con el empeine... Sólo no lo tome con la mano, si no quiere desde ya destinarse al arco, el lugar más solitario de la cancha. Patéelo. Descalzo, con botines, con zapatos de vestir, con pantuflas, con chancletas...; no importa: pa-té-e-lo.
Tercer paso: juegue en todos lados. Como en el tenis, es necesario poder desenvolverse sobre distintas superficies. Juegue sobre arcilla, juegue sobre cemento, juegue sobre el asfalto de la avenida, juegue sobre el adoquinado de la transversal; juegue sobre el césped del patio o sobre la alfombra de la sala: un palo del arco es el televisor; el otro, la mesita que sostiene el florero preferido de Mamá. Convierta cualquier escenario en una canchita. Si es todavía un niño, abuse de su inocencia: ante cualquier queja maternal, explique con cara de arrepentido "No sabía que no podía jugar acá. No lo volveré a hacer". Si es adulto, haga valer su autoridad: "¡Qué joder! Yo juego donde me da la gana".
Cuarto paso: socialice. Tome el balón y asómese a un potrero. La primera regla del potrero es que siempre va a haber un grupo jugando; la segunda es que siempre les va a faltar uno para completar. Ese uno es usted; está escrito en su destino. Si lleva el balón en las manos, sin embargo, pensarán que ataja y lo mandarán al arco. Hágame caso: llévelo bien amaestrado bajo el pie; usted no vive del balón, el balón vive de usted; está allá abajo, es ínfimo bajo su suela. Si puede asomarse al potrero haciendo jueguito[***], mucho mejor. Debe usted tener la estampa de un diez: demuestre que el balón no es su amigo, como dijo Oliver Atom, es su esclavo. Sus futuros compañeros de equipo quedarán maravillados.

Sonría. Alégrese. Está usted listo para disfrutar de una mañana, tarde o noche del deporte más popular del mundo. Será nueve goleador o cinco picapiedra; será diez habilidoso o dos rústico; será el arquero imbatible o el número doce, eterno suplente... Es irrelevante. Usted estará ahí, partícipe del bretonismo popular, admirado u odiado por la destreza de sus pies.
---------------

[*]Bretonismo: "Fetichismo del botín" (Vargas Llosa). Por el novelista francés Restif de la Bretonne, cuyos personajes masculinos se enamoraban de los femeninos exclusivamente por sus pies.
[**]Sarasa Statistics, Missouri, U.S.A., 1986.
[***]Haciendo cascaritas.

domingo, 6 de abril de 2008

Sosia (o Teoría del desdoblamiento por Internec)

Llevando su cara, seguro que podré eliminarle.
Mercurio, en ANFITRIÓN (Plauto)

¡Ay, la alteridad! Otro tema complicado. "¿Cómo conocer al otro si no nos conocemos a nosotros mismos?", escuchamos a menudo. (¿Escuchamos a Menudo? ¿Menudo canta sobre la alteridad? Yo no escucho a Menudo; me gustan Los Piojos, loco...) ¿Qué? (¡Que no me gusta Menudo!) Estamos de acuerdo en eso. ¿Me va a dejar escribir a mí? (Sí, dale tranquilo...)
Escuchamos seguido, decía -hasta que me interrumpieron-, frases como ésa. Que el individuo no existe, como tal, en su unidad. Que siempre lo acompaña, agazapado o no, el infaltable doppelgänger. Que en todos se confunden un Sosia y un Mercurio, al punto de no distinguir cuál es el esclavo y cuál el dios. (¡Uy, loco! Mucho término importante, mucha referencia mítica... ¿No podés escribir en español? Por favor te lo pido...) Si no entiende vaya a Wikipedia y digite "doppelgänger", "sosia", etc. (¡Ah, no, el académico!) Y sí... Hay que poner en práctica lo que se aprende en la carrera. ¿Puedo seguir? (Sí, dale, yo me quedo acá al costado.) ¿No se puede correr un poco más? Me distrae. (Está bien.)
Nunca estamos solos, y yo soy el primer ejemplo. Intento navegar por las aguas de la metafísica y el otro... (¿Qué? ¿Que soy un lastre, eso ibas a decir? Qué metáfora patética...) Listo, escriba usted. Me cansé. (Igual que el lector, de escuchar tanta lata. Soy tu doble, se entendió, ¿por qué no lo dijiste desde el principio? Tanta vuelta para eso... Para llevarlo más allá, soy tu doble de acción, porque, si no, esto sería sólo contemplación...) ¡Y a mucha honra! (Ahora que me diste la palabra, no me interrumpas, macho. Jodéte.) Es lo más justo. Prosiga, por favor.
(Tanta lata, decía. ¿No ve que el lector se cansa? Mucha teoría, mucha teoría...) ¡...para que usted la vuelva pedestre! Sí, no se haga el desentendido. ¿Cree que no veo que me cambia los títulos cuando me doy vuelta? Dejo uno muy sobrio y usted mete sus paréntesis innecesarios; cambia "Internet" por "Internec", contra las reglas de la Academia. (¡Uy, vos y tu academia! Decí la verdad: algún día tendrías que dedicarme aquella canción. ¿Cómo es? "¿Qué sería de mí sin ti,/de mi trompo sin tu cordel?") Ahora cita a Serrat, ¡cómo se atreve? (Ey, libertad de discurso, ¿te suena? Pero tenés razón. Zapatero a tus zapatos: quedáte con tu Serrat y tu Sabina, a mí me va excelente con Los Piojos y Soda.) ¡Bárbaro!
(Y ya que empezaste con las acusaciones, ¿por qué no te dejás de romper un poco con las comas y las tildes? Dejáme escribir como me dé la santa gana.) La regla existe por una razón, señor. (Sí, pa-...) "...para ser rota", ¿no? Esa artimaña de completar la oración del otro es de ida y vuelta, debería saberlo. La regla existe para mantener el orden. (¡Y hay que romper el orden para romper la regla! ¿No lo entendés?) Ay, usted es un ignorante. (Y vos, un pedante.) Usted llena los posts de chacota. (Y vos, de cursilería tras cursilería.) ¿Por qué no se retira y me deja hacer un blog en serio? (Ey, yo llegué primero. ¿Por qué no te vas vos y me dejás hacer un blog divertido?) ¡Sinvergüenza! (¡Gil!) ¡Canalla! Loser!) ¡Bergan-...
---------------

En este punto, el yo propinó a su otro yo -¿cómo saber cuál es cuál?- una trompada impresionante en la ñata que no podría decir a quién dolió más. Cada uno se fue por su lado, jurando no volver a encontrarse. Par de mentirosos. Aunque no lo demuestren, entre sí se adoran.

jueves, 3 de abril de 2008

Teoría de lo que se intuye desde acá abajo (o Mi cielo, mi cielo, pobré de mi cielo)

El homo erectus fue el primer religioso. (Recordando a mi profesora de Historia de la secundaria, explicaré nuevamente: "El homo erectus no fue el primero al que se le paró; fue el primero que se irguió, dando libertad a las manos, lo que le permitía...". Risas de los alumnos.) El homo erectus fue el primer religioso, decía, porque en esa nueva posición vertical adquirió la facultad de ver al cielo. Y supongo que, al alzar la cabeza, solía preguntarse "¿Sumpu lumpa tumpá?"[*].
Así, este ser, nuestro gigatatarabuelo (digámosle Pepe), empezó a imaginarse cosas. Quizá más allá de las nubes estuviera el Gran Jabalí, el animal que luego de ser cazado proporcionaría alimento infinito a la horda. Pepe subiría entonces hasta la montaña más alta, tras abundante esfuerzo y ataviado con sus mejores armas, preparado para la gloria, y desde allí se arrojaría, confiado en alcanzar las nubes. Ironía trágica: luego de desjetarse contra el suelo, Pepe iría al Cielo, según concepciones más modernas.
Aunque tal vez estoy pensando fuera del recipiente[**]. Lo más probable es que este hombre sabio mirara las nubes, se rascara la cabeza, pensara "Va a llover, carajo" y siguiera su camino. Al llegar a su gruta, María (nuestra gigatatarabuela) le preguntaría "¿Sumpu lumpa tumpá?", y él diría, con toda la tranquilidad que lo caracteriza, "Lempe songoko, baby"[***].
Los homo erectus de nuestro tiempo (que tengamos menos pelo y más computadoras no es razón para renominarnos) seguimos mirando. Algunos vemos Cielos; otros vemos nubes con minúscula. Algunos nos preocupamos; otros, no. Algunos lloramos; otros, no. Al llegar a nuestra gruta, prendemos la tele o abrimos The Daily Planet[+] y leemos-vemos-escuchamos que hay guerras santas, discursos del Papa, guardias armados en las sinagogas, pistolas bajo los turbantes, caricaturas de Mahoma, referencias a la Inquisición, ofertas de Navidad, reportajes sobre la a-potabilidad del río Ganges... Pensamos, con la intranquilidad del miope, "¿Qué habrá ahí arriba?[++] Si se hacen tanto lío, debe ser por algo".
¡Pobre el Cielo! Nos dicen que el azul simboliza tranquilidad, pero el día en que Pepe alzó la cabeza y vio ese celeste celestial, ardió en deseos de imponer sobre su hermano, Juan, la idea del Gran Jabalí. Pero Juan había, a su vez, erguídose e imaginado un Gran Rinoceronte ("¡parecido no es lo mismo, caballero!"[+++]). El desenlace es conocidísimo.
¡Pobre el Cielo! Ya sea que desde allá arriba observen los ojos de Sauron o los del Big Brother, no se merecía tanto oprobio, tanta ignominia, tanto... (me quedé sin palabras rimbombantes).
¡Pobre el Cielo! ¿Y si Pepe no se hubiera parado (risas de los alumnos) y, todavía usándose de las manos como medio de locomoción, se hubiera mantenido por los siglos de los siglos en su posición horizontal? ¡Pobre el Suelo!, lo hubiéramos escarbado hasta quedar sin uñas.
---------------

[*]Que se traduce como "¿Qué habrá ahí arriba?"
[**]Luthiers, Les, Preludio de "El negro quiere bailar (pas de merengue)" en Unen canto con humor, 1999.
[***]Que se traduce como "Nada, m'hija, no se preocupe".
[+]Gracias, Rupert. Ya iba a poner The Daily Prophet, que es el de Harry Potter.
[++]Para mis lectores primitivos, "¿Sumpu lumpa tumpá?"
[+++]Luthiers, Les, "Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras..." en Mastropiero que nunca, 1978.

lunes, 31 de marzo de 2008

Cuando lindan lo volitivo y lo vomitivo (o Teoría del gusto)

El célebre filósofo griego Euxino de Pontos estableció hacia finales del s. VII a.C. la archiconocida y curiosa frase “Sobre gustos no hay nada escrito”; tanto más curiosa cuanto que, en ese tiempo, el índice de alfabetización era menor al uno por ciento. Así, pues, si era improbable que se escribiera sobre cualquier ámbito, más aún que se escribiera específicamente sobre los gustos. La sentencia de Euxino de Pontos resultaba, entonces, de una obviedad impresionante; como decir hoy, más o menos, “Sobre gustos hay algo escrito, en alguna parte del mundo, en alguna página de Internet”.
Ni siquiera el propio Euxino sabía escribir; por eso, sus composiciones filosóficas eran cantadas. Los versos más representativos del poema Aléjate, terrible Afrodita, cuyo sobaco (aunque perfume de rosas) repugnancia me provoca, donde se encuentra la susodicha frase, dicen así[*]:

Zeus, en toda su omnipotencia, quiso,
pues sabio es de dioses y hombres el amo,
con alubias escoltar el chorizo
y con el justo medio el desparramo;
a los elogios unió el reclamo...
[**]
...sobre gustos no hay nada escrito.

De la Antigüedad nos llegó esta frase aislada, que, como vemos, termina haciendo honor a su sentencia: no habla sobre los gustos (ni sobre nada).
El gusto y el disgusto, nos ha enseñado la ciencia actual, se deben a fenómenos químicos y psicológicos[***] particulares de cada degustador. Incluso una teoría sobre el gusto o el mal gusto gustará a unos y no gustará a otros. Es la ley de la vida; es otra obviedad como la de Euxino de Pontos. Así como a alguien podría disgustarle la tarta de jamón y queso que hace mi madre, yo detesto hasta el vómito la salsa de tomate, la cebolla, la canela y una larga lista de ingredientes asquerosos que se usan de manera constante. Pero, ¡ey!, estoy dañado química y psicológicamente, y no es de buen gusto burlarse de los minúsvalidos[+].
Sin embargo, hay abundantes ocasiones en que decimos o pensamos "No puede ser que te guste eso", o "esa", cuando se habla entre hombres. Es una reacción normal: así como uno no debe avergonzarse de sus gustos[++], tampoco debe hacerlo con respectos a sus disgustos.
Lo que propongo, entonces, es la expresión absoluta del gusto y del disgusto sin ninguna precaución. Si dices, por ejemplo, "Me gusta cuando pintan a los pollitos de rosado", te diré "¡Además de una falta de respeto, es un asco! ¡No me gusta!".
Seremos libres. Discutiremos. Nuestras conversaciones se tornarán un constante club de la pelea donde, después de sacarnos sangre, nos abrazaremos amistosamente. Dirás "No me gusta discutir", y te diré "A mí me encanta".
---------------

[*]Según la traducción aproximada que Ernesto Henríquez hiciera del francés de Armand Grillet-Normand, que a su vez la hiciera del latín de Quintus Fulvius Maximus (sobrino de Leopoldo el Destetado y no su hijo), quien tradujo por primera vez al célebre Euxino de Pontos, luego de la trascripción que de los poemas de este último hiciera Ciclometeo de Yorkshire (asentamiento griego en lo que siglos más tarde sería Gran Bretaña).
[**]Hay aquí una laguna de cuatrocientos versos en el original.
[***]Sarasa.
[+]Aunque quizá para alguien sí sea de buen gusto burlarse de los minusválidos, y no podríamos recriminarle nada, porque él mismo sería un minusválido (y nosotros también lo seríamos si lo juzgáramos, y así sucesivamente hasta el infinito y más allá).
[++]Por si acaso, éste no es un post en defensa de la homosexualidad. Tampoco en contra.

domingo, 30 de marzo de 2008

Teoría de la sarasa (o Impulsos de la imaginación creativa)

Mi tía y su pareja (¿esposo, novio, concubino?, ni idea) vinieron a visitarnos por Fin de Año, y se quedaron hasta mediados de enero. Fuera de los paseos obligados a la Mitad del Mundo, al Cotopaxi o a la playa, por citar algunos, me produjo gran curiosidad un término constantemente utilizado por mi "tío": sarasa. Comprendí, al escucharlo repetidas veces, que denotaba una mentira, deliberada o no, que un hablante hacía pasar como cierta frente a un interlocutor.
En Argentina existen varios vocablos que definen la acción de engañar al otro mediante la palabra: bardear (que significa, también, burlarse), bolacear (del término "bolazo": mentira, embuste), versear... También hay una palabra para designar a la persona que engaña: chanta[*]. No habla muy bien de la credibilidad de los argentinos. Ya qué.
Si uno se pone a pensar, es impresionante la cantidad de ocasiones en que, en la cotidianidad, nos encontramos con la sarasa. Ni se diga en el Internet. Menos en los blogs como éste. Sólo introduce en Google "datos curiosos" y te aparecerán abundantes ejemplos de sarasa:
Que los zurdos viven nueve años menos que los diestros. Sarasa.
Que la Muralla China se ve desde la Luna. Sarasa.
Que en el estado de Indiana el valor de PI no es 3,14..., sino 4[**]. Sarasa.
Hay sarasas que son producto de la ignorancia o de la necedad, como el pensamiento primitivo de que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Hay sarasas que las decimos por pura diversión. Hay sarasas que nos sacan de una situación comprometedora. Y hay sarasas malintencionadas, obviamente.
También la labia, esa copiosa ordenación de palabras que rara vez tiene sentido, puede considerarse sarasa. Por ejemplo, cuando leo a algunos teóricos retorcidos (dígase Roland Barthes[***] o Blanchocito), en mi mente lo que escucho es "sarasarasará..." hasta el infinito.
Yo mismo he utilizado sarasas para zafar de una pregunta que no sé responder, y es que hasta el momento en que se la desmiente, la sarasa es un recurso notable para llamar la atención (o desviarla). Es toda una composición literaria, si nos ponemos a analizar: requiere de aparente estructura, aparente concordancia y aparente sentido. Es todo un arte.
Habéis aprendido, pues, un término para designar lo que diariamente ponéis en práctica. El problema es que el verdadero significado de "sarasa", según el diccionario, es "hombre afeminado" y no "mentira o labia". El vocablo que mi tío propuso resulta, pues, en sí mismo, una sarasa. En fin...
---------------

[*]Que, para orgullo de los argentinos, ha sido incluida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
[**]Este dato, pese a su improbabilidad, me pareció fascinante.
[***]No el arquero francés en el Mundial '98. Ése es Fabien Barthez y es calvo. El teórico retorcido tenía un copete antiguo pero fashion, y no llegó a ver a su país campeón mundial.

jueves, 27 de marzo de 2008

El peligro de los baobabs instantáneos (Pequeña teoría del amor a primera vista)

Ya lo decía el Principito. Nacen de una semilla ínfima. Minúscula. Insignificante. Más tarde, sin embargo, para quien no los taló desde un principio, para quien no los distinguió del inofensivo rosal, pueden tornarse baobabs gigantes y destruir con sus raíces el perfecto entramado interno del planeta.
Pongámoslo así: uno viene tranquilo. Como siempre, bah. Quizá un poco distraído. Quizá muy distraído. Es más, ha pisado un chicle y recién se percata. En suma, el colmo del despiste. Levanta la vista por instinto (pues siente que no debe hacerlo) y allí está: algo, Alguien, Una Alguien. ¡Pum! ¡Bang! ¡Splash! Estallido de onomatopeyas en el bulbo raquídeo[*], resplandor del inconsciente que nos cosquillea las orejas.
Claro, se acerca como en cámara lenta (¿por qué tiene que ser así: para verla mejor o para prolongar el sufrimiento?) y uno que no puede moverse para no delatar su estupidez. Chicle, zapato, piso, zapato, chicle. Mano, bolsillo, teléfono: única manera de disimular el shock emocional del que he sido presa. Lo que el celular dice por mí: "Estoy preocupado de la hora" o "Me acaba de llegar un mensaje; ergo, soy popular", entre otras cosas. Lo que yo diría si tuviera palabras: "Ya no importa la hora" o "Ya no importa la gente", entre otras cosas.
Un baobab enorme e instantáneo: ni tiempo hay para talarlo. Llega, se instala, crece: tres etapas que son una sola. Durante un par de días nos tapa la luz del sol. Ponemos la hamaca entre sus ramas y, listo, uno se queda allí reposando. El entramado interno se fue al carajo. La raíz traspasa el pecho de lado a lado. Punto.
Y un día despierto y el chicle no está ahí.
---------------

[*]Parte del cerebro encargada del mantenimiento de las funciones involuntarias.

martes, 25 de marzo de 2008

Teoría de lo inteorizable (o Cursilería)

Todos, absolutamente, tenemos un lado cursi. Sí, todos. Incluso las personas más deleznables, incluso las que a duras penas consideramos personas (tal es su grado de crueldad). Aun Gollum, fíjense, tenía un objeto al que llamar "precioso" o "tesorito". ¡Gollum! Una piltrafa traicionera que comía pescados crudos.
¿Por qué grita Rocky, en el clímax de su carrera pugilística, el nombre de su amada a todo pulmón? ¿Qué se esconde detrás de esa boca torcida, de ese ojo cosido a golpes, de esa respiración agitada que apesta a acento ítalo-neoyorquino? Amor, señores. A-mor. Un boxeador, prototipo del macho-alfa por sus músculos, su perseverancia, su resistencia..., subordinado a un sentimiento. Díganme que no es bonito.
Sí, poco a poco estas líneas se van desplazando hacia lo cursi, como todo en la vida[*]. Pero en defensa de lo cursi, llega una frase que es, a su vez, la cursilería más grande de la vida: "Hay cosas que no se pueden explicar con palabras". Si no la ha escuchado, le presento a mi amigo, el cotonete. Remueva la cera auricular y pare la oreja. Tan simple como eso. En dos de cada tres situaciones de la vida cotidiana, mundanal, alguien va a decir (o va a pensar, lo sé) "Hay cosas que no se pueden explicar con palabras".
El alcance de esta frase llega para excusar a la cursilería, pues connota la premisa de que lo que se dice y suena cursi no debería haber sido dicho. Las expresiones de ese tipo, que nos hacen gritar "¡cliché!" o "¡qué marica!", siempre suenan mal porque están destinadas a esbozar sólo levemente los engranajes de sentimientos más profundos y, supuestamente, inexplicables.
Si no queremos ser cursis y expresar (mal) en palabras el campo de la sensibilidad, ¿cómo hacemos? Aquí vienen al caso, entonces, las cajas de bombones, los ramos de rosas, las invitaciones al cine; signos complejos que hablan por sí solos: están diciendo "te quiero", "te amo", "eres lo mejor que me ha pasado" o el consabido "te diera (y no consejos)[**]".
Teorías de lo inteorizable las del amor, el odio, el deseo, el desprecio...; pulsiones de lo más hondo que quizá deberían permanecer allí pero que, en desmedro de una reputación, serán moneda corriente en este blog. Blog que, como la vida, tenderá siempre a lo cursi.
---------------

[*]Gran mentira: conozco a viejos decrépitos (es decir, a punto de realizar el último desplazamiento) que se cagan y siempre se han cagado en el amor, al punto de gargajear (con ese poder flemático que sólo tienen los ancianos) cada vez que les mencionan la palabra. De todas maneras, hagamos como que fuera verdad: todo en la vida se desplaza hacia lo cursi.
[**]Sobre este tema, revisar: Fernando Landázuri, El mundo no es de los sutiles, Quito, Libresa, 2007, p. 675.

viernes, 21 de marzo de 2008

De por qué las teorías son ineficientes (o Bienvenida)

Ahí, arriba en tu pantalla, justo abajo del título de este blog, dice un par de cosas del teórico. Primero, que es un ordenador del mundo, un generalizador: alguien que intenta extraer de cualquier nimiedad un concepto al modo platónico: la Idea con mayúscula. Tarea imposible, estoy convencido, e intentaré demostrarlo.
En el juego de las Películas[*], me tocó adivinar Apocalipsis ahora. Mi compañero que hacía la mímica intentó representar la primera palabra, consciente de que, a partir de ella, el nombre completo de la película vendría a mí. Hizo, por tanto, el signo de la cruz (para denotar lo sagrado) y a continuación un libro. La respuesta para ese concepto era, pues, la Biblia.
Una vez que estuvimos de acuerdo en "Biblia", intentó representar su final, esto es, el libro llamado "Apocalipsis". El problema se suscitó cuando, por estar él enfrente de mí, lo que para mi compañero era el final, para mí era el comienzo. Agobiados por esta falta de comunicación, él se mantuvo en su mímica y yo en mi respuesta ("Génesis"). No podía entender yo por qué le parecía tan obvio lo que estaba haciendo como para no intentar descomponer la palabra; él no comprendía que no dijera "Apocalipsis".
Se terminó el minuto disponible para adivinar y me sorprendió que no lo hubiéramos logrado: la mímica había seguido un orden coherente para que yo, incluso desde mis conocimientos básicos de teología, dijera Apocalipsis ahora. La confusión había sido producto de un posicionamiento inadecuado.
La teoría que se desprende de este episodio, y que anula las teorías que vendrán, es que cada individuo responde de acuerdo a su lugar en el espacio. Desde donde estoy sentado (debido a infinitas variantes: edad, temperatura, grado de miopía o astigmatismo...), absorbo las situaciones de una determinada manera. Lo que diga aquí, entonces, desde tu posición podrá verse de otra forma: causa de que las teorías tengan seguidores y detractores.
Así pues, todo intento del teórico por generalizar estará sesgado por su propia falta de comprensión de la diversidad de opiniones que puede haber. Crea, pues, hipótesis imposibles, pero escondidas tras razonamientos enredados, palabras rimbombantes y artilugios de distracción. En suma, intenta convencer, ya que no puede demostrar fielmente la Verdad.
No me creas nada, no te dejes convencer. Nada de lo que se escribe aquí es verdad. Sólo es un conjunto de nimiedades, sólo teorías pedestres y sin sentido.
---------------

[*]Que consiste, básicamente, en adivinar el nombre de una película a través de la mímica que hace un segundo jugador.