viernes, 25 de julio de 2008

Teoría del desarraigo (o Relato de un xenofilófobo)

Volver con la frente marchita
las nieves del tiempo platearon mi sien.
CARLOS GARDEL, Volver

Cuando uno viene de tan lejos y después de tanto tiempo, se acostumbra a las preguntas por siempre repetidas: "¿Cómo así por aquí?"/"¿Qué hacés acá?" o "¿Cuándo viniste?"/"¿Hasta cuándo te quedás?" o "¿De dónde eres?"/"¿De dónde venís?"... Uno se acostumbra, y ya tiene en store ciertas frases hechas que no repetiré aquí para que mis lectores no se sientan aludidos si alguna vez las he usado en su presencia. Ante las preguntas, me veo obligado a explicar a breves rasgos la historia de mi vida: mi llegada desde Roma, los países en los que viví, mis preferencias en cuanto a comidas, etc. Más tarde, la hipnosis que generan mis relatos me permite poco a poco ir manejando los temas, hasta que finalmente el escucha me toma por un autóctono más, dejando de lado mi nariz aguileña (típica de la rama Claudia) y mi marcado acento italiano.
Pero más allá de eso, abordo, en particular, el tema del desarraigo debido al sentimiento de que Roma, mi ciudad natal, no viene más conmigo como en mis primeras exploraciones del mundo. Solía percibir constantemente el color blanco del estofado de castor con arándanos y el olor dulzón del mármol de Carrara adonde quiera que fuera. Me estremece que ya no sea así. Eso de "sentirme en casa" es algo que ya no recuerdo.
A este sentimiento que les describo ayuda el hecho de que nunca pensé que llegaría a una ciudad tan extraña. No es para nada como la recordaba; luego, claro, me di cuenta de que nunca había estado aquí. Todavía, lo admito, no he podido dilucidar el nombre de la ciudad. Cuando llegué a una plaza el otro día, se lo pregunté a un paseante:
-Discúlpeme, excelentísimo señor, ¿en qué ciudad estoy?
-Estás en la ciudad del más grande: River Pléi.
Volví a preguntar el nombre a varias y variadas personas y obtuve respuestas del tamaño de:
-La ciudad del tango.
-La ciudad de la carne.
-La ciudad del buen vino.
Hasta que uno me dijo, muy serio y casi enojado:
-¡Estás en el ombligo del mundo, papá!
Así que, sentado en una plaza de esta ciudad que nadie quiere nombrar y que he optado por llamar en mi mente Ombelicus Mundi, me senté a estirar las piernas. Todavía estoy un poco sentido por el coma glucémico que me produjo la exorbitante cantidad de golosinas de esta tierra[*], así que se me sensibilizan los callos y se me irrita la gota. Por cada cinco minutos de marcha calculo tres de descanso, aproximadamente.
Al rato de estar sentado, se me acercó un joven[**] moreno y dejando a un lado su bastón y sin preámbulos inquirió de dónde venía, qué hacía allí y hasta cuándo me quedaba. Anticipándome a una preguntadera verborrágica, le dije muy firmemente que era del lugar. Me miró a los ojos, me sonrió y me dijo:
-Soy más joven que usted, pero no por eso más estúpido. Su nariz aguileña y esa toga pasada de moda lo delatan como un noble romano, y su acento lo avala. Pero entiendo que no quiera contestar mis preguntas ni las de ningún otro: la cortesía con que un individuo pugna por enterarse de la vida de otro es sumamente descortés.
-No es su curiosidad lo que me inquieta -le contesté-, sino que me considere lo suficientemente extraño como para que ella florezca. De vez en cuando uno quiere sentirse como en casa y conversar de política, de fútbol o del tiempo como si fuera vecino de muchos años y no extranjero. Usted me sabrá entender.
-Por supuesto -me dijo. Hizo una reverencia con su turbante, recogió el bastón, se subió a su camello y partió.
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[*] Causa, asimismo, del tiempo que dejé pasar para volver a escribir. En el hospital no había ordenadores personales.
[**] Para mí, que nací en el s. IV a.C., cualquier persona es joven. Ésta de la que hablo rondaba los ochenta.

sábado, 12 de julio de 2008

Neo-Bienvenida

Queridos y precavidisisísimos lectores:
Se os da a este vuestro blog la más cordial bienvenida (nuevamente). Ante la confianza depositada en mí por nuestra distinguida Gerencia, de hombres y mujeres tan notables compuesta, inútil sería presentar menos que un sincero agradecimiento. Y la mejor manera de hacerlo es sentarse al teclado de inmediato y comenzar con el show.
Pido disculpas en nombre de la Gerencia y del recientemente destituido austro-boy (de quien, con suerte, no volveremos a escuchar) por los retrasos en la generación de nuevos y vistosos posts antes de mi llegada. Pido también disculpas de mi parte por lo que respecta al tiempo después de mi llegada: sepan que para alguien que viene de la Roma de antaño constituye todo un trabajo adaptarse al concepto de Red. Me ha costado semanas en coma entender las nuevas tecnologías, pero finalmente las manejo con cierta soltura; gracias a ello, trabajaré de ahora en más con gran asiduidad.
Siempre suyo,
Claudio el Ciego