miércoles, 30 de abril de 2008

Unos jeans gastados (Teoría del ordenamiento del espíritu por bolsillos)

Podría vivir con dos jeans en mi clóset. Es más: eso hago. Tengo otros pantalones, por iniciativa de mi madre, pero son meras construcciones ficticias que, a la hora de elegir qué ponerme, desaparecen. Los hay verdes, blancos, negros, azul oscuro, celestes por el desgaste, flojos, ajustados, unos que ya me quedan pequeños, unos que nunca me quedaron, unos que no sé de dónde salieron...: juntan polvo, súbditos atónitos de la dictadura compartida que ejercen mis jeans gemelos[*].
Así, con mis dos jeans, soy feliz. Uso alternadamente una semana uno, otra el otro. A veces conservo el mismo jeans varias semanas, hasta que se moja o se mancha de mostaza. No me juzguen hasta no conocer la razón. Si ésta llegare a parecerles inoportuna o sencillamente incoherente, siéntanse impelidos a dejar un comentario. Yo me encargaré de borrar los ofensivos.
Ocurre que en mis bolsillos se pone en juego el orden de mi persona, de mi espíritu. Hay un lugar específico para cada cosa que tengo que andar cargando: si rebusco en mi pantalón y lo que busco no está allí, asumo directamente que lo he perdido.
Describiré a continuación lo que contienen mis bolsillos:

- Bolsillo delantero izquierdo: en él se amontonan mis dos celulares (que ya aprendí a distinguir al tacto porque uno tiene antena y el otro, no) y las llaves de mi casa (cuatro, de las cuales sólo uso dos, unidas a un llavero en forma de pelota de rugby, rezago del último Mundial de esa disciplina). En ocasiones especiales, guardo en este bolsillo el iPod.
- Bolsillo delantero derecho: aposento de los cigarrillos y una fosforera "pelucona", según alguien me dijo alguna vez. En ocasiones especiales, llevo allí las llaves del carro.
- Bolsillo trasero izquierdo: simple, ahí va la billetera. Ésa es la razón por la que a menudo me verán tocarme la nalga de ese costado.
- Bolsillo trasero derecho (o "el basurero"): guardo ahí, de no haber un tacho cerca, todo tipo de papeles o plásticos inservibles; dígase, la funda de las papas que acabo de comer o las servilletas que no hay dónde botar. Ah, también llevó ahí los Kleenex.

Entenderán, pues, que cambiarse de pantalón es, en mi caso, como cambiarse de casa. La pereza me incita casi siempre al sedentarismo de conservar el jean de ayer, aunque ya se pegue a la piel de tanto uso. Mi madre tiene, entonces, que recurrir al viejo truco de "Puse tu jean a lavar", que puede ser verdad, pero a veces pienso que lo esconde en la caja fuerte, porque no lo veo en meses. Ahí saco al gemelo y hago malabares para que no se manche ni lo arruine el clima de Quito: si algo le pasara, tendría que repatriar a alguno de esos pantalones incómodos de mi clóset, súbditos con bolsillos demasiado pequeños que alteran mi espíritu.
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[*] Pues, además, son de la misma marca y del mismo modelo. El más viejo se diferencia únicamente por la barba que le cae de las bastas y por el bolsillo izquierdo, que ya empieza a deshilacharse.

sábado, 19 de abril de 2008

El desprestigio del camaleón (Teoría desechada de una semejanza)

De entre todos los mitos que explican la constitución de este animal confuso (tanto para él mismo como para los que lo ven -¿o no lo ven ahí, posado en la rama?-), me quedo con el de la cultura inuit del Ártico, casa del famoso camaleón polar. Es cierto que quizá no sea el mito más florido que leeremos en nuestras vidas (en realidad, se duda de que el camaleón polar tenga la facultad de alterar el color de su piel; al fin y al cabo, como todo en el Ártico, está vestido siempre de blanco), pero en comparación a los otros que tratan de este animal, es toda una obra de arte.
El mito inuit cuenta que el camaleón es el único animal que no tiene alma: la habría vendido a Amorak, el espíritu del lobo, a cambio de un abrigo de piel para el invierno. Amorak lo habría engañado haciendo uso de una estratagema legal propia de los esquimales[*] y, dejándolo sin abrigo ni alma, habría condenado al camaleón
1) a la apariencia de congelado que hasta hoy conserva, y
2) a la mutabilidad de su carácter, que se camufla cobardemente con su entorno.
Pero dejaré el mito aquí y daré una vuelta por la antropología. El científico francés Robert T. Soubard (1792-1899) intentó, mucho antes que Charles Darwin, sentar las bases de la teoría de la evolución. Entre otras cosas, en su conocidísima obra El hombre, animal desagradecido (1813), alegaba que el homo sapiens procedía del camaleón y no del mono, como sugeriría luego el iluso Charles.
Su hipótesis tuvo mucha acogida durante aproximadamente un lustro: parecía evidente que la mojigatería del camaleón hubiera llegado hasta nosotros a través de las complicadas ramificaciones del progreso biológico. Pasado, sin embargo, el asombro inicial, saltaron los primeros combatientes, los llamados escamistas, pues su única réplica era: "¡¿Y las escamas?! Si descendiéramos del camaleón tendríamos que estar cubiertos de escamas".
Soubard luchó el resto de su vida por hacer de menos estas contestaciones a su teoría. Sin éxito público, demostró otra similitud entre el hombre y el camaleón: su terror a los espejos. El científico francés estudió las reacciones de estos reptiles ante su reflejo, concluyendo que más del 90% llegaba a estresarse hasta el infarto al verse retratados fielmente. Los escamistas se mantuvieron, no obstante, en su desdén.
Cuentan que antes de morir, Soubard encontró aun otra semejanza: los camaleones no tienen oídos. En su testamento, escribió sobre los oídos del hombre: "Bien conocido es por todos nosotros que el aparato auditivo del homo sapiens es una mera construcción fantástica: el hombre en realidad no intercepta los sonidos de la naturaleza; intercepta los signos visuales que hay en ella y, por un proceso que nos transporta una vez más a la cima de la evolución animal, los convierte inconscientemente en estímulos auditivos. Cree que escucha, pero en verdad no lo hace; sólo imagina.
"De los camaleones proviene nuestra sordera. La posterior irrupción de las orejas a los costados de nuestra cabeza se debe simplemente a un cometido estético del Creador, a quien plugo otorgar al género femenino (y, por equidad, también al masculino) más elementos faciales que adornar".
Si estas líneas llegaron a nuestros días ha sido gracias al esfuerzo de los descendientes de Soubard, acérrimos camaleonistas. En su tiempo, el medio científico no les prestó la atención que se merecían. "Es evidente la senilidad del alguna vez famoso Soubard", alegaban, refiriéndose a los 107 años que cargaba en su lecho de muerte. Lo decían así, con la migojatería, la sordera y el terror a la autocrítica propios del hombre.
Hoy, en pleno siglo XXI, un grupo de científicos surcoreanos ha resucitado las teorías de Soubard y las ha unido con el mito inuit. De esta forma, alegan, el parentesco con el camaleón vendría dado por la falta de alma del hombre moderno, quien la habría vendido a algún espíritu superior a cambio de abrigo (y de una computadora). Pero como nunca faltan los detractores, especialmente en Corea, los hermanos del norte adoptaron una vez más la razón escamista. El desprestigio del camaleón acecha nuevamente: la circularidad de la historia se hace manifiesta.
¿Cómo decidirse por una de las dos vertientes? "El instante de la decisión es una locura", decía Kierkegaard, y cuenta para cualquier cosa: ¿camaleonistas o escamistas?, ¿pro-aborto o anti-aborto?, ¿Big Bang o creación divina?, ¿ella o aquélla o aquella otra? Resolverse es absurdo. Mejor es hacer la del camaleón: disfrazarse de lo invisible y desaparecer. Aunque por esto tampoco puedo decidirme.
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[*]Que dice que si se firma con rojo, el contrato se anula. En ese entonces no existía la tinta, por lo que todos (incluido el camaleón polar) firmaban con su sangre, anulando inmediatamente cualquier contrato. Fuera del mito, esto nos lleva a entender la anarquía social de los inuit.

jueves, 10 de abril de 2008

Teoría del bretonismo[*] (Cuatro lecciones básicas)

Primer paso: consiga un balón. O una pelota, o una bola, o un esférico de menor o mayor tamaño. No es tan difícil, considerando que más del ochenta por ciento de los deportes se juegan con ese objeto redondo que usted necesita[**]. Ni siquiera es tan necesario un balón, ahora que recuerdo. En la escuela Nº 19 "Domingo Faustino Sarmiento", jugábamos con una latita de Coca-Cola, que era pisada hasta quedar como un disco. Eso era jugar "a ras de piso", como quieren los técnicos de los mejores equipos del mundo. Pasa que si se levantaba un poco la latita, empezaba a entrar en el terreno del peligro personal: aluminio más yugular igual catástrofe escolar. Así que, pensándolo bien, mejor consígase un balón.
Segundo paso: patéelo. Sí, así de simple. Patéelo. Patéelo de un lado para el otro. Lo patea, lo va a buscar, lo patea, lo va a buscar. Si se posiciona frente a una pared, puede patearlo más seguido. Lo patea y el balón viene a usted, lo patea y el balón viene a usted. Practique también patearlo mientras camina, patearlo mientras corre, patearlo hacia arriba, con la parte interna, con la parte externa, con el empeine... Sólo no lo tome con la mano, si no quiere desde ya destinarse al arco, el lugar más solitario de la cancha. Patéelo. Descalzo, con botines, con zapatos de vestir, con pantuflas, con chancletas...; no importa: pa-té-e-lo.
Tercer paso: juegue en todos lados. Como en el tenis, es necesario poder desenvolverse sobre distintas superficies. Juegue sobre arcilla, juegue sobre cemento, juegue sobre el asfalto de la avenida, juegue sobre el adoquinado de la transversal; juegue sobre el césped del patio o sobre la alfombra de la sala: un palo del arco es el televisor; el otro, la mesita que sostiene el florero preferido de Mamá. Convierta cualquier escenario en una canchita. Si es todavía un niño, abuse de su inocencia: ante cualquier queja maternal, explique con cara de arrepentido "No sabía que no podía jugar acá. No lo volveré a hacer". Si es adulto, haga valer su autoridad: "¡Qué joder! Yo juego donde me da la gana".
Cuarto paso: socialice. Tome el balón y asómese a un potrero. La primera regla del potrero es que siempre va a haber un grupo jugando; la segunda es que siempre les va a faltar uno para completar. Ese uno es usted; está escrito en su destino. Si lleva el balón en las manos, sin embargo, pensarán que ataja y lo mandarán al arco. Hágame caso: llévelo bien amaestrado bajo el pie; usted no vive del balón, el balón vive de usted; está allá abajo, es ínfimo bajo su suela. Si puede asomarse al potrero haciendo jueguito[***], mucho mejor. Debe usted tener la estampa de un diez: demuestre que el balón no es su amigo, como dijo Oliver Atom, es su esclavo. Sus futuros compañeros de equipo quedarán maravillados.

Sonría. Alégrese. Está usted listo para disfrutar de una mañana, tarde o noche del deporte más popular del mundo. Será nueve goleador o cinco picapiedra; será diez habilidoso o dos rústico; será el arquero imbatible o el número doce, eterno suplente... Es irrelevante. Usted estará ahí, partícipe del bretonismo popular, admirado u odiado por la destreza de sus pies.
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[*]Bretonismo: "Fetichismo del botín" (Vargas Llosa). Por el novelista francés Restif de la Bretonne, cuyos personajes masculinos se enamoraban de los femeninos exclusivamente por sus pies.
[**]Sarasa Statistics, Missouri, U.S.A., 1986.
[***]Haciendo cascaritas.

domingo, 6 de abril de 2008

Sosia (o Teoría del desdoblamiento por Internec)

Llevando su cara, seguro que podré eliminarle.
Mercurio, en ANFITRIÓN (Plauto)

¡Ay, la alteridad! Otro tema complicado. "¿Cómo conocer al otro si no nos conocemos a nosotros mismos?", escuchamos a menudo. (¿Escuchamos a Menudo? ¿Menudo canta sobre la alteridad? Yo no escucho a Menudo; me gustan Los Piojos, loco...) ¿Qué? (¡Que no me gusta Menudo!) Estamos de acuerdo en eso. ¿Me va a dejar escribir a mí? (Sí, dale tranquilo...)
Escuchamos seguido, decía -hasta que me interrumpieron-, frases como ésa. Que el individuo no existe, como tal, en su unidad. Que siempre lo acompaña, agazapado o no, el infaltable doppelgänger. Que en todos se confunden un Sosia y un Mercurio, al punto de no distinguir cuál es el esclavo y cuál el dios. (¡Uy, loco! Mucho término importante, mucha referencia mítica... ¿No podés escribir en español? Por favor te lo pido...) Si no entiende vaya a Wikipedia y digite "doppelgänger", "sosia", etc. (¡Ah, no, el académico!) Y sí... Hay que poner en práctica lo que se aprende en la carrera. ¿Puedo seguir? (Sí, dale, yo me quedo acá al costado.) ¿No se puede correr un poco más? Me distrae. (Está bien.)
Nunca estamos solos, y yo soy el primer ejemplo. Intento navegar por las aguas de la metafísica y el otro... (¿Qué? ¿Que soy un lastre, eso ibas a decir? Qué metáfora patética...) Listo, escriba usted. Me cansé. (Igual que el lector, de escuchar tanta lata. Soy tu doble, se entendió, ¿por qué no lo dijiste desde el principio? Tanta vuelta para eso... Para llevarlo más allá, soy tu doble de acción, porque, si no, esto sería sólo contemplación...) ¡Y a mucha honra! (Ahora que me diste la palabra, no me interrumpas, macho. Jodéte.) Es lo más justo. Prosiga, por favor.
(Tanta lata, decía. ¿No ve que el lector se cansa? Mucha teoría, mucha teoría...) ¡...para que usted la vuelva pedestre! Sí, no se haga el desentendido. ¿Cree que no veo que me cambia los títulos cuando me doy vuelta? Dejo uno muy sobrio y usted mete sus paréntesis innecesarios; cambia "Internet" por "Internec", contra las reglas de la Academia. (¡Uy, vos y tu academia! Decí la verdad: algún día tendrías que dedicarme aquella canción. ¿Cómo es? "¿Qué sería de mí sin ti,/de mi trompo sin tu cordel?") Ahora cita a Serrat, ¡cómo se atreve? (Ey, libertad de discurso, ¿te suena? Pero tenés razón. Zapatero a tus zapatos: quedáte con tu Serrat y tu Sabina, a mí me va excelente con Los Piojos y Soda.) ¡Bárbaro!
(Y ya que empezaste con las acusaciones, ¿por qué no te dejás de romper un poco con las comas y las tildes? Dejáme escribir como me dé la santa gana.) La regla existe por una razón, señor. (Sí, pa-...) "...para ser rota", ¿no? Esa artimaña de completar la oración del otro es de ida y vuelta, debería saberlo. La regla existe para mantener el orden. (¡Y hay que romper el orden para romper la regla! ¿No lo entendés?) Ay, usted es un ignorante. (Y vos, un pedante.) Usted llena los posts de chacota. (Y vos, de cursilería tras cursilería.) ¿Por qué no se retira y me deja hacer un blog en serio? (Ey, yo llegué primero. ¿Por qué no te vas vos y me dejás hacer un blog divertido?) ¡Sinvergüenza! (¡Gil!) ¡Canalla! Loser!) ¡Bergan-...
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En este punto, el yo propinó a su otro yo -¿cómo saber cuál es cuál?- una trompada impresionante en la ñata que no podría decir a quién dolió más. Cada uno se fue por su lado, jurando no volver a encontrarse. Par de mentirosos. Aunque no lo demuestren, entre sí se adoran.

jueves, 3 de abril de 2008

Teoría de lo que se intuye desde acá abajo (o Mi cielo, mi cielo, pobré de mi cielo)

El homo erectus fue el primer religioso. (Recordando a mi profesora de Historia de la secundaria, explicaré nuevamente: "El homo erectus no fue el primero al que se le paró; fue el primero que se irguió, dando libertad a las manos, lo que le permitía...". Risas de los alumnos.) El homo erectus fue el primer religioso, decía, porque en esa nueva posición vertical adquirió la facultad de ver al cielo. Y supongo que, al alzar la cabeza, solía preguntarse "¿Sumpu lumpa tumpá?"[*].
Así, este ser, nuestro gigatatarabuelo (digámosle Pepe), empezó a imaginarse cosas. Quizá más allá de las nubes estuviera el Gran Jabalí, el animal que luego de ser cazado proporcionaría alimento infinito a la horda. Pepe subiría entonces hasta la montaña más alta, tras abundante esfuerzo y ataviado con sus mejores armas, preparado para la gloria, y desde allí se arrojaría, confiado en alcanzar las nubes. Ironía trágica: luego de desjetarse contra el suelo, Pepe iría al Cielo, según concepciones más modernas.
Aunque tal vez estoy pensando fuera del recipiente[**]. Lo más probable es que este hombre sabio mirara las nubes, se rascara la cabeza, pensara "Va a llover, carajo" y siguiera su camino. Al llegar a su gruta, María (nuestra gigatatarabuela) le preguntaría "¿Sumpu lumpa tumpá?", y él diría, con toda la tranquilidad que lo caracteriza, "Lempe songoko, baby"[***].
Los homo erectus de nuestro tiempo (que tengamos menos pelo y más computadoras no es razón para renominarnos) seguimos mirando. Algunos vemos Cielos; otros vemos nubes con minúscula. Algunos nos preocupamos; otros, no. Algunos lloramos; otros, no. Al llegar a nuestra gruta, prendemos la tele o abrimos The Daily Planet[+] y leemos-vemos-escuchamos que hay guerras santas, discursos del Papa, guardias armados en las sinagogas, pistolas bajo los turbantes, caricaturas de Mahoma, referencias a la Inquisición, ofertas de Navidad, reportajes sobre la a-potabilidad del río Ganges... Pensamos, con la intranquilidad del miope, "¿Qué habrá ahí arriba?[++] Si se hacen tanto lío, debe ser por algo".
¡Pobre el Cielo! Nos dicen que el azul simboliza tranquilidad, pero el día en que Pepe alzó la cabeza y vio ese celeste celestial, ardió en deseos de imponer sobre su hermano, Juan, la idea del Gran Jabalí. Pero Juan había, a su vez, erguídose e imaginado un Gran Rinoceronte ("¡parecido no es lo mismo, caballero!"[+++]). El desenlace es conocidísimo.
¡Pobre el Cielo! Ya sea que desde allá arriba observen los ojos de Sauron o los del Big Brother, no se merecía tanto oprobio, tanta ignominia, tanto... (me quedé sin palabras rimbombantes).
¡Pobre el Cielo! ¿Y si Pepe no se hubiera parado (risas de los alumnos) y, todavía usándose de las manos como medio de locomoción, se hubiera mantenido por los siglos de los siglos en su posición horizontal? ¡Pobre el Suelo!, lo hubiéramos escarbado hasta quedar sin uñas.
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[*]Que se traduce como "¿Qué habrá ahí arriba?"
[**]Luthiers, Les, Preludio de "El negro quiere bailar (pas de merengue)" en Unen canto con humor, 1999.
[***]Que se traduce como "Nada, m'hija, no se preocupe".
[+]Gracias, Rupert. Ya iba a poner The Daily Prophet, que es el de Harry Potter.
[++]Para mis lectores primitivos, "¿Sumpu lumpa tumpá?"
[+++]Luthiers, Les, "Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras..." en Mastropiero que nunca, 1978.