lunes, 31 de marzo de 2008

Cuando lindan lo volitivo y lo vomitivo (o Teoría del gusto)

El célebre filósofo griego Euxino de Pontos estableció hacia finales del s. VII a.C. la archiconocida y curiosa frase “Sobre gustos no hay nada escrito”; tanto más curiosa cuanto que, en ese tiempo, el índice de alfabetización era menor al uno por ciento. Así, pues, si era improbable que se escribiera sobre cualquier ámbito, más aún que se escribiera específicamente sobre los gustos. La sentencia de Euxino de Pontos resultaba, entonces, de una obviedad impresionante; como decir hoy, más o menos, “Sobre gustos hay algo escrito, en alguna parte del mundo, en alguna página de Internet”.
Ni siquiera el propio Euxino sabía escribir; por eso, sus composiciones filosóficas eran cantadas. Los versos más representativos del poema Aléjate, terrible Afrodita, cuyo sobaco (aunque perfume de rosas) repugnancia me provoca, donde se encuentra la susodicha frase, dicen así[*]:

Zeus, en toda su omnipotencia, quiso,
pues sabio es de dioses y hombres el amo,
con alubias escoltar el chorizo
y con el justo medio el desparramo;
a los elogios unió el reclamo...
[**]
...sobre gustos no hay nada escrito.

De la Antigüedad nos llegó esta frase aislada, que, como vemos, termina haciendo honor a su sentencia: no habla sobre los gustos (ni sobre nada).
El gusto y el disgusto, nos ha enseñado la ciencia actual, se deben a fenómenos químicos y psicológicos[***] particulares de cada degustador. Incluso una teoría sobre el gusto o el mal gusto gustará a unos y no gustará a otros. Es la ley de la vida; es otra obviedad como la de Euxino de Pontos. Así como a alguien podría disgustarle la tarta de jamón y queso que hace mi madre, yo detesto hasta el vómito la salsa de tomate, la cebolla, la canela y una larga lista de ingredientes asquerosos que se usan de manera constante. Pero, ¡ey!, estoy dañado química y psicológicamente, y no es de buen gusto burlarse de los minúsvalidos[+].
Sin embargo, hay abundantes ocasiones en que decimos o pensamos "No puede ser que te guste eso", o "esa", cuando se habla entre hombres. Es una reacción normal: así como uno no debe avergonzarse de sus gustos[++], tampoco debe hacerlo con respectos a sus disgustos.
Lo que propongo, entonces, es la expresión absoluta del gusto y del disgusto sin ninguna precaución. Si dices, por ejemplo, "Me gusta cuando pintan a los pollitos de rosado", te diré "¡Además de una falta de respeto, es un asco! ¡No me gusta!".
Seremos libres. Discutiremos. Nuestras conversaciones se tornarán un constante club de la pelea donde, después de sacarnos sangre, nos abrazaremos amistosamente. Dirás "No me gusta discutir", y te diré "A mí me encanta".
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[*]Según la traducción aproximada que Ernesto Henríquez hiciera del francés de Armand Grillet-Normand, que a su vez la hiciera del latín de Quintus Fulvius Maximus (sobrino de Leopoldo el Destetado y no su hijo), quien tradujo por primera vez al célebre Euxino de Pontos, luego de la trascripción que de los poemas de este último hiciera Ciclometeo de Yorkshire (asentamiento griego en lo que siglos más tarde sería Gran Bretaña).
[**]Hay aquí una laguna de cuatrocientos versos en el original.
[***]Sarasa.
[+]Aunque quizá para alguien sí sea de buen gusto burlarse de los minusválidos, y no podríamos recriminarle nada, porque él mismo sería un minusválido (y nosotros también lo seríamos si lo juzgáramos, y así sucesivamente hasta el infinito y más allá).
[++]Por si acaso, éste no es un post en defensa de la homosexualidad. Tampoco en contra.

domingo, 30 de marzo de 2008

Teoría de la sarasa (o Impulsos de la imaginación creativa)

Mi tía y su pareja (¿esposo, novio, concubino?, ni idea) vinieron a visitarnos por Fin de Año, y se quedaron hasta mediados de enero. Fuera de los paseos obligados a la Mitad del Mundo, al Cotopaxi o a la playa, por citar algunos, me produjo gran curiosidad un término constantemente utilizado por mi "tío": sarasa. Comprendí, al escucharlo repetidas veces, que denotaba una mentira, deliberada o no, que un hablante hacía pasar como cierta frente a un interlocutor.
En Argentina existen varios vocablos que definen la acción de engañar al otro mediante la palabra: bardear (que significa, también, burlarse), bolacear (del término "bolazo": mentira, embuste), versear... También hay una palabra para designar a la persona que engaña: chanta[*]. No habla muy bien de la credibilidad de los argentinos. Ya qué.
Si uno se pone a pensar, es impresionante la cantidad de ocasiones en que, en la cotidianidad, nos encontramos con la sarasa. Ni se diga en el Internet. Menos en los blogs como éste. Sólo introduce en Google "datos curiosos" y te aparecerán abundantes ejemplos de sarasa:
Que los zurdos viven nueve años menos que los diestros. Sarasa.
Que la Muralla China se ve desde la Luna. Sarasa.
Que en el estado de Indiana el valor de PI no es 3,14..., sino 4[**]. Sarasa.
Hay sarasas que son producto de la ignorancia o de la necedad, como el pensamiento primitivo de que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Hay sarasas que las decimos por pura diversión. Hay sarasas que nos sacan de una situación comprometedora. Y hay sarasas malintencionadas, obviamente.
También la labia, esa copiosa ordenación de palabras que rara vez tiene sentido, puede considerarse sarasa. Por ejemplo, cuando leo a algunos teóricos retorcidos (dígase Roland Barthes[***] o Blanchocito), en mi mente lo que escucho es "sarasarasará..." hasta el infinito.
Yo mismo he utilizado sarasas para zafar de una pregunta que no sé responder, y es que hasta el momento en que se la desmiente, la sarasa es un recurso notable para llamar la atención (o desviarla). Es toda una composición literaria, si nos ponemos a analizar: requiere de aparente estructura, aparente concordancia y aparente sentido. Es todo un arte.
Habéis aprendido, pues, un término para designar lo que diariamente ponéis en práctica. El problema es que el verdadero significado de "sarasa", según el diccionario, es "hombre afeminado" y no "mentira o labia". El vocablo que mi tío propuso resulta, pues, en sí mismo, una sarasa. En fin...
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[*]Que, para orgullo de los argentinos, ha sido incluida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
[**]Este dato, pese a su improbabilidad, me pareció fascinante.
[***]No el arquero francés en el Mundial '98. Ése es Fabien Barthez y es calvo. El teórico retorcido tenía un copete antiguo pero fashion, y no llegó a ver a su país campeón mundial.

jueves, 27 de marzo de 2008

El peligro de los baobabs instantáneos (Pequeña teoría del amor a primera vista)

Ya lo decía el Principito. Nacen de una semilla ínfima. Minúscula. Insignificante. Más tarde, sin embargo, para quien no los taló desde un principio, para quien no los distinguió del inofensivo rosal, pueden tornarse baobabs gigantes y destruir con sus raíces el perfecto entramado interno del planeta.
Pongámoslo así: uno viene tranquilo. Como siempre, bah. Quizá un poco distraído. Quizá muy distraído. Es más, ha pisado un chicle y recién se percata. En suma, el colmo del despiste. Levanta la vista por instinto (pues siente que no debe hacerlo) y allí está: algo, Alguien, Una Alguien. ¡Pum! ¡Bang! ¡Splash! Estallido de onomatopeyas en el bulbo raquídeo[*], resplandor del inconsciente que nos cosquillea las orejas.
Claro, se acerca como en cámara lenta (¿por qué tiene que ser así: para verla mejor o para prolongar el sufrimiento?) y uno que no puede moverse para no delatar su estupidez. Chicle, zapato, piso, zapato, chicle. Mano, bolsillo, teléfono: única manera de disimular el shock emocional del que he sido presa. Lo que el celular dice por mí: "Estoy preocupado de la hora" o "Me acaba de llegar un mensaje; ergo, soy popular", entre otras cosas. Lo que yo diría si tuviera palabras: "Ya no importa la hora" o "Ya no importa la gente", entre otras cosas.
Un baobab enorme e instantáneo: ni tiempo hay para talarlo. Llega, se instala, crece: tres etapas que son una sola. Durante un par de días nos tapa la luz del sol. Ponemos la hamaca entre sus ramas y, listo, uno se queda allí reposando. El entramado interno se fue al carajo. La raíz traspasa el pecho de lado a lado. Punto.
Y un día despierto y el chicle no está ahí.
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[*]Parte del cerebro encargada del mantenimiento de las funciones involuntarias.

martes, 25 de marzo de 2008

Teoría de lo inteorizable (o Cursilería)

Todos, absolutamente, tenemos un lado cursi. Sí, todos. Incluso las personas más deleznables, incluso las que a duras penas consideramos personas (tal es su grado de crueldad). Aun Gollum, fíjense, tenía un objeto al que llamar "precioso" o "tesorito". ¡Gollum! Una piltrafa traicionera que comía pescados crudos.
¿Por qué grita Rocky, en el clímax de su carrera pugilística, el nombre de su amada a todo pulmón? ¿Qué se esconde detrás de esa boca torcida, de ese ojo cosido a golpes, de esa respiración agitada que apesta a acento ítalo-neoyorquino? Amor, señores. A-mor. Un boxeador, prototipo del macho-alfa por sus músculos, su perseverancia, su resistencia..., subordinado a un sentimiento. Díganme que no es bonito.
Sí, poco a poco estas líneas se van desplazando hacia lo cursi, como todo en la vida[*]. Pero en defensa de lo cursi, llega una frase que es, a su vez, la cursilería más grande de la vida: "Hay cosas que no se pueden explicar con palabras". Si no la ha escuchado, le presento a mi amigo, el cotonete. Remueva la cera auricular y pare la oreja. Tan simple como eso. En dos de cada tres situaciones de la vida cotidiana, mundanal, alguien va a decir (o va a pensar, lo sé) "Hay cosas que no se pueden explicar con palabras".
El alcance de esta frase llega para excusar a la cursilería, pues connota la premisa de que lo que se dice y suena cursi no debería haber sido dicho. Las expresiones de ese tipo, que nos hacen gritar "¡cliché!" o "¡qué marica!", siempre suenan mal porque están destinadas a esbozar sólo levemente los engranajes de sentimientos más profundos y, supuestamente, inexplicables.
Si no queremos ser cursis y expresar (mal) en palabras el campo de la sensibilidad, ¿cómo hacemos? Aquí vienen al caso, entonces, las cajas de bombones, los ramos de rosas, las invitaciones al cine; signos complejos que hablan por sí solos: están diciendo "te quiero", "te amo", "eres lo mejor que me ha pasado" o el consabido "te diera (y no consejos)[**]".
Teorías de lo inteorizable las del amor, el odio, el deseo, el desprecio...; pulsiones de lo más hondo que quizá deberían permanecer allí pero que, en desmedro de una reputación, serán moneda corriente en este blog. Blog que, como la vida, tenderá siempre a lo cursi.
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[*]Gran mentira: conozco a viejos decrépitos (es decir, a punto de realizar el último desplazamiento) que se cagan y siempre se han cagado en el amor, al punto de gargajear (con ese poder flemático que sólo tienen los ancianos) cada vez que les mencionan la palabra. De todas maneras, hagamos como que fuera verdad: todo en la vida se desplaza hacia lo cursi.
[**]Sobre este tema, revisar: Fernando Landázuri, El mundo no es de los sutiles, Quito, Libresa, 2007, p. 675.

viernes, 21 de marzo de 2008

De por qué las teorías son ineficientes (o Bienvenida)

Ahí, arriba en tu pantalla, justo abajo del título de este blog, dice un par de cosas del teórico. Primero, que es un ordenador del mundo, un generalizador: alguien que intenta extraer de cualquier nimiedad un concepto al modo platónico: la Idea con mayúscula. Tarea imposible, estoy convencido, e intentaré demostrarlo.
En el juego de las Películas[*], me tocó adivinar Apocalipsis ahora. Mi compañero que hacía la mímica intentó representar la primera palabra, consciente de que, a partir de ella, el nombre completo de la película vendría a mí. Hizo, por tanto, el signo de la cruz (para denotar lo sagrado) y a continuación un libro. La respuesta para ese concepto era, pues, la Biblia.
Una vez que estuvimos de acuerdo en "Biblia", intentó representar su final, esto es, el libro llamado "Apocalipsis". El problema se suscitó cuando, por estar él enfrente de mí, lo que para mi compañero era el final, para mí era el comienzo. Agobiados por esta falta de comunicación, él se mantuvo en su mímica y yo en mi respuesta ("Génesis"). No podía entender yo por qué le parecía tan obvio lo que estaba haciendo como para no intentar descomponer la palabra; él no comprendía que no dijera "Apocalipsis".
Se terminó el minuto disponible para adivinar y me sorprendió que no lo hubiéramos logrado: la mímica había seguido un orden coherente para que yo, incluso desde mis conocimientos básicos de teología, dijera Apocalipsis ahora. La confusión había sido producto de un posicionamiento inadecuado.
La teoría que se desprende de este episodio, y que anula las teorías que vendrán, es que cada individuo responde de acuerdo a su lugar en el espacio. Desde donde estoy sentado (debido a infinitas variantes: edad, temperatura, grado de miopía o astigmatismo...), absorbo las situaciones de una determinada manera. Lo que diga aquí, entonces, desde tu posición podrá verse de otra forma: causa de que las teorías tengan seguidores y detractores.
Así pues, todo intento del teórico por generalizar estará sesgado por su propia falta de comprensión de la diversidad de opiniones que puede haber. Crea, pues, hipótesis imposibles, pero escondidas tras razonamientos enredados, palabras rimbombantes y artilugios de distracción. En suma, intenta convencer, ya que no puede demostrar fielmente la Verdad.
No me creas nada, no te dejes convencer. Nada de lo que se escribe aquí es verdad. Sólo es un conjunto de nimiedades, sólo teorías pedestres y sin sentido.
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[*]Que consiste, básicamente, en adivinar el nombre de una película a través de la mímica que hace un segundo jugador.