
Así, con mis dos jeans, soy feliz. Uso alternadamente una semana uno, otra el otro. A veces conservo el mismo jeans varias semanas, hasta que se moja o se mancha de mostaza. No me juzguen hasta no conocer la razón. Si ésta llegare a parecerles inoportuna o sencillamente incoherente, siéntanse impelidos a dejar un comentario. Yo me encargaré de borrar los ofensivos.
Ocurre que en mis bolsillos se pone en juego el orden de mi persona, de mi espíritu. Hay un lugar específico para cada cosa que tengo que andar cargando: si rebusco en mi pantalón y lo que busco no está allí, asumo directamente que lo he perdido.
Describiré a continuación lo que contienen mis bolsillos:
- Bolsillo delantero izquierdo: en él se amontonan mis dos celulares (que ya aprendí a distinguir al tacto porque uno tiene antena y el otro, no) y las llaves de mi casa (cuatro, de las cuales sólo uso dos, unidas a un llavero en forma de pelota de rugby, rezago del último Mundial de esa disciplina). En ocasiones especiales, guardo en este bolsillo el iPod.
- Bolsillo delantero derecho: aposento de los cigarrillos y una fosforera "pelucona", según alguien me dijo alguna vez. En ocasiones especiales, llevo allí las llaves del carro.
- Bolsillo trasero izquierdo: simple, ahí va la billetera. Ésa es la razón por la que a menudo me verán tocarme la nalga de ese costado.
- Bolsillo trasero derecho (o "el basurero"): guardo ahí, de no haber un tacho cerca, todo tipo de papeles o plásticos inservibles; dígase, la funda de las papas que acabo de comer o las servilletas que no hay dónde botar. Ah, también llevó ahí los Kleenex.
Entenderán, pues, que cambiarse de pantalón es, en mi caso, como cambiarse de casa. La pereza me incita casi siempre al sedentarismo de conservar el jean de ayer, aunque ya se pegue a la piel de tanto uso. Mi madre tiene, entonces, que recurrir al viejo truco de "Puse tu jean a lavar", que puede ser verdad, pero a veces pienso que lo esconde en la caja fuerte, porque no lo veo en meses. Ahí saco al gemelo y hago malabares para que no se manche ni lo arruine el clima de Quito: si algo le pasara, tendría que repatriar a alguno de esos pantalones incómodos de mi clóset, súbditos con bolsillos demasiado pequeños que alteran mi espíritu.
Entenderán, pues, que cambiarse de pantalón es, en mi caso, como cambiarse de casa. La pereza me incita casi siempre al sedentarismo de conservar el jean de ayer, aunque ya se pegue a la piel de tanto uso. Mi madre tiene, entonces, que recurrir al viejo truco de "Puse tu jean a lavar", que puede ser verdad, pero a veces pienso que lo esconde en la caja fuerte, porque no lo veo en meses. Ahí saco al gemelo y hago malabares para que no se manche ni lo arruine el clima de Quito: si algo le pasara, tendría que repatriar a alguno de esos pantalones incómodos de mi clóset, súbditos con bolsillos demasiado pequeños que alteran mi espíritu.
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[*] Pues, además, son de la misma marca y del mismo modelo. El más viejo se diferencia únicamente por la barba que le cae de las bastas y por el bolsillo izquierdo, que ya empieza a deshilacharse.