sábado, 19 de abril de 2008

El desprestigio del camaleón (Teoría desechada de una semejanza)

De entre todos los mitos que explican la constitución de este animal confuso (tanto para él mismo como para los que lo ven -¿o no lo ven ahí, posado en la rama?-), me quedo con el de la cultura inuit del Ártico, casa del famoso camaleón polar. Es cierto que quizá no sea el mito más florido que leeremos en nuestras vidas (en realidad, se duda de que el camaleón polar tenga la facultad de alterar el color de su piel; al fin y al cabo, como todo en el Ártico, está vestido siempre de blanco), pero en comparación a los otros que tratan de este animal, es toda una obra de arte.
El mito inuit cuenta que el camaleón es el único animal que no tiene alma: la habría vendido a Amorak, el espíritu del lobo, a cambio de un abrigo de piel para el invierno. Amorak lo habría engañado haciendo uso de una estratagema legal propia de los esquimales[*] y, dejándolo sin abrigo ni alma, habría condenado al camaleón
1) a la apariencia de congelado que hasta hoy conserva, y
2) a la mutabilidad de su carácter, que se camufla cobardemente con su entorno.
Pero dejaré el mito aquí y daré una vuelta por la antropología. El científico francés Robert T. Soubard (1792-1899) intentó, mucho antes que Charles Darwin, sentar las bases de la teoría de la evolución. Entre otras cosas, en su conocidísima obra El hombre, animal desagradecido (1813), alegaba que el homo sapiens procedía del camaleón y no del mono, como sugeriría luego el iluso Charles.
Su hipótesis tuvo mucha acogida durante aproximadamente un lustro: parecía evidente que la mojigatería del camaleón hubiera llegado hasta nosotros a través de las complicadas ramificaciones del progreso biológico. Pasado, sin embargo, el asombro inicial, saltaron los primeros combatientes, los llamados escamistas, pues su única réplica era: "¡¿Y las escamas?! Si descendiéramos del camaleón tendríamos que estar cubiertos de escamas".
Soubard luchó el resto de su vida por hacer de menos estas contestaciones a su teoría. Sin éxito público, demostró otra similitud entre el hombre y el camaleón: su terror a los espejos. El científico francés estudió las reacciones de estos reptiles ante su reflejo, concluyendo que más del 90% llegaba a estresarse hasta el infarto al verse retratados fielmente. Los escamistas se mantuvieron, no obstante, en su desdén.
Cuentan que antes de morir, Soubard encontró aun otra semejanza: los camaleones no tienen oídos. En su testamento, escribió sobre los oídos del hombre: "Bien conocido es por todos nosotros que el aparato auditivo del homo sapiens es una mera construcción fantástica: el hombre en realidad no intercepta los sonidos de la naturaleza; intercepta los signos visuales que hay en ella y, por un proceso que nos transporta una vez más a la cima de la evolución animal, los convierte inconscientemente en estímulos auditivos. Cree que escucha, pero en verdad no lo hace; sólo imagina.
"De los camaleones proviene nuestra sordera. La posterior irrupción de las orejas a los costados de nuestra cabeza se debe simplemente a un cometido estético del Creador, a quien plugo otorgar al género femenino (y, por equidad, también al masculino) más elementos faciales que adornar".
Si estas líneas llegaron a nuestros días ha sido gracias al esfuerzo de los descendientes de Soubard, acérrimos camaleonistas. En su tiempo, el medio científico no les prestó la atención que se merecían. "Es evidente la senilidad del alguna vez famoso Soubard", alegaban, refiriéndose a los 107 años que cargaba en su lecho de muerte. Lo decían así, con la migojatería, la sordera y el terror a la autocrítica propios del hombre.
Hoy, en pleno siglo XXI, un grupo de científicos surcoreanos ha resucitado las teorías de Soubard y las ha unido con el mito inuit. De esta forma, alegan, el parentesco con el camaleón vendría dado por la falta de alma del hombre moderno, quien la habría vendido a algún espíritu superior a cambio de abrigo (y de una computadora). Pero como nunca faltan los detractores, especialmente en Corea, los hermanos del norte adoptaron una vez más la razón escamista. El desprestigio del camaleón acecha nuevamente: la circularidad de la historia se hace manifiesta.
¿Cómo decidirse por una de las dos vertientes? "El instante de la decisión es una locura", decía Kierkegaard, y cuenta para cualquier cosa: ¿camaleonistas o escamistas?, ¿pro-aborto o anti-aborto?, ¿Big Bang o creación divina?, ¿ella o aquélla o aquella otra? Resolverse es absurdo. Mejor es hacer la del camaleón: disfrazarse de lo invisible y desaparecer. Aunque por esto tampoco puedo decidirme.
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[*]Que dice que si se firma con rojo, el contrato se anula. En ese entonces no existía la tinta, por lo que todos (incluido el camaleón polar) firmaban con su sangre, anulando inmediatamente cualquier contrato. Fuera del mito, esto nos lleva a entender la anarquía social de los inuit.

2 comentarios:

Chopán dijo...

a veces es buena hacer la del camaleón aunque por lo general te terminan encontrando... quizá Soubard predijo el nacimiento de David Bowie jejeje..

Saludos :P

Edd Stargazer dijo...

"El color
Nos mimetiza
Y el frenesi
No suele llegar a tiempo"

de un tal G. Cerati

El camaleón es la cima de la evolución, la adaptación al entorno sobre la marcha